lunes, 23 de diciembre de 2013

ANÉCDOTAS FLAMENCAS I

ANÉCDOTAS FLAMENCAS I

El pasado curso escolar 2012-2013 tuve la suerte de colaborar con un programa flamenco en Radio Paz, la radio del CEIP Manuel Sánchez Alonso de Arahal. Realicé veinte guiones, y en la estructura del programa semanal siempre terminábamos con un “Cajón de sastre”, donde comentábamos algunas anécdotas de los artistas de los que hablábamos en el programa. Así tuve la oportunidad de acercarme a muchas anécdotas flamencas, algunas las conocía y otras no. Por otra parte tampoco tengo muy claro que sean totalmente ciertas. Posiblemente la tradición oral haya añadido o quitado elementos sustanciales de esas anécdotas. Sea como fuere yo las cuento como me llegan, sean más o menos ciertas, algo que por otra parte me da exactamente igual. No busco la exactitud ni la ciencia en estas pequeñas historias, que por otra parte pueden reflejar un sentir, una manera de ser, una forma de entender la vida en muchos casos.  En definitiva busco tanto el arte o la gracia como aquellas anécdotas que han formado la intrahistoria flamenca.

Algunas de estas anécdotas han pasado a la historia del flamenco, otras, sin embargo son menos conocidas. Entre las primeras está la que relata Federico García Lorca en su “Teoría y juego del duende” sobre la Niña de los Peines y que dice literalmente: “Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados.
Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: "¿Cómo no trabajas?"; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: "¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?"
Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo. "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa."
Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y como cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni…
Pastora nunca reconoció que esa historia fuese cierta, de hecho decía: “Ni aquello ocurrió nunca, ni yo he tomado en mi vida un vaso de aguardiente”, pero ha quedado para la historia flamenca.


   Otra anécdota con mucha gracia era aquello que contaba Fernando el de Triana, que tenía un compañero llamado Manolito el de Jerez que era tan tacaño que no daba ni la hora. Relata, que en cierta ocasión  solicitó que le dijera la hora para poder poner su reloj en la hora correcta, pues se le había parado.

Manolito el de Jerez sacó su magnífico reloj de 18 quilates, lo miró y lo volvió a introducir en su bolsillo sin decir ni media palabra.
Fernando con el reloj parado en su mano volvió a preguntar; "¿Pero qué hora es, Manolo?"
A lo que Manolo respondió; "¿Qué hora es?, lo menos te crees tú, ni nadie, que yo me he gastao sesenta duros en mi reloj pa que sepa ca uno la hora que es..."
Así que era tan tacaño que no daba ni la hora.


Cádiz ha dado anécdotas con mucha gracia, y cantaores que las han contado de manera magistral.

El cantaor Beni de Cádiz contaba: “Un día caminaba por las calles de Cádiz con el Cojo Peroche, cuando de pronto nos paramos ante la casa de Pemán y le dije:
- Cojo, mira lo que dice ahí: Aquí nació el ilustre gaditano José María Pemán. ¿Qué pondrán de mí en mi casa cuando yo me muera?
 A lo que el Cojo Peroche respondió sin dudarlo:
-Se vende, Beni, se vende”.


Pericón fue un gran fabulador. Disfrazándolas de anécdotas livianas, Pericón entraba con total naturalidad en los terrenos más difíciles de la vida y las situaciones más disparatadas inventando de paso personajes llenos de ironía y ternura. Hasta tal punto inventaba anécdotas y situaciones exagerándolas al máximo que se ha escrito un libro sobre él titulado “Las mil y una historias del Pericón de Cádiz”, que llevó a la escena José Luis Ortiz Nuevo. Pondremos un ejemplo de cómo contaba Pericón el accidente de la explosión de San Severiano:

Cuando llegó la onda a Antonio el de la Privaílla, se le quedó el gollete de una botella que tenía una vela mirando pa`bajo, sin partirse ni ná; en casa de los Melu las cortinas se quedaron cortás como si las hubieran cortao con unas tijeras; en la puerta donde explotaron las bombas a un marinero lo dejó como un papel de fumá, pegao a la paré y al otro no le pasó ná; a un chiquillo la onda lo llevó dando volteretas hasta la plaza de toros y cuando paró estaba vivo pero la onda lo había dejao encueros; por el puente de San Severiano iba un hombre montao en un borrico y la explosión se llevó la cabeza del borrico y al hombre no le pasó ná... Y no pasó más, gracias a las murallas de Puerta Tierra, que con el espesor tan grande que tienen no se rompieron y cuando llegó la onda, la desviaron pá los cielos, pá el firmamento y no pasó más”.


Más anécdotas:

Manuel Vallejo era muy devoto de la Semana Santa en general y del “Gran Poder” en particular. Pues en 1934, se encontraba en Madrid a punto de cruzar el Atlántico, ya que estaba contratado para grabar en América.
Era el Jueves Santo y Vallejo empezó a ponerse nervioso y comentar a quienes le acompañaban que sólo faltaba una hora para que la Macarena estuviera en la calle. Luego recordaba como podría estar la plaza de San Lorenzo con la salida del Gran Poder.
Al final, no puede más y les dice:
“¡Ea! Se acabó. Nos vamos a Sevilla, viajando toda la noche podremos estar allí por la mañana, al Gran Poder no me da tiempo a cantarle, pero a las doce estamos en la Macarena. Se acabó el contrato y si quieren denunciarme que lo hagan”.
Así era Vallejo.


Antiguamente muchos nombres artísticos se los ponían a los cantaores que empezaban artistas más veteranos. Pues bien,  según me contó Isabel Domínguez esposa de Pepe Marchena, así le pusieron el nombre de “Niño de Marchena”:  

Me decía mi suegra que cuando era pequeño José Tejada Martín, iba de pueblo en pueblo y con unos amigos se fue a Córdoba y después a Madrid, a casa de Juan el de La Bombilla, y le dijeron a Don Antonio Chacón:
—maestro, ahí hay un chaval que canta maravillosamente, se lo presentaron y le preguntó:
—¿Tú cómo te llamas?
—Yo, José Tejada
—¿Y qué más?
—Martín
—¿De dónde eres?
—Andaluz
—¿Pero andaluz de dónde?
—De Sevilla
—¿Pero del mismo Sevilla?
—No, de un pueblo.
—Pero hombre di de qué pueblo
—De Marchena
—El Niño de Marchena.

Y el Niño de Marchena, el Niño de Marchena y el Niño de Marchena  se le quedó,  y después, cuando yo iba con mi hijo, le decían la gente “Niño”, y él respondía: “no, yo soy Pepe Marchena, el niño es este”, señalando a su hijo. 

El propio Pepe Marchena también “bautizó” a otros artistas, como me siguió contando la anteriormente mencionada Isabel Domínguez: “Le presentaron a un chico de Málaga, y le dijeron:
- Mira Pepe, ahí hay un chico que te va a quitar el puesto, canta como tú.
- Preséntamelo.
- Y dicen: aquí Don José Tejada el Niño de Marchena, aquí Manolo Pendón,
- y dice Marchena: ¿Pendón?, ese nombre pa carteles no vale.
- ¿De dónde eres?
- De Málaga

Y entonces Pepe Marchena lo bautizó como Manolo El Malagueño, y Manolo El Malagueño se le quedó”.


Los nombres, sobrenombres y apodos artísticos son una fuente inagotable de curiosidades:

Rafael Romero explicó en la revista Candil, en un número de 1981, de dónde le vino su apodo artístico? Lo contaba de la siguiente manera:

“En Madrid, en aquellos años malos de después de la Guerra, canté aquello de La gallina papanata. Entonces, un marqués le dice a uno:
-Oye, ¿quién es ese?
Y el otro, como no sabía a quién se refería la pregunta que cual, que quién decía,
Y el marqués le dice:
-‘Ése, el gallina’. Y desde entonces… las cosas”.

A Rafael, explica Sánchez Bracho, no le gustó nunca el apodo fuera de aquellas reuniones íntimas, pero no pudo evitar que saliera de allí y se difundiera.


Agustín Castellón Campos, conocido como Sabicas, fue el gran maestro de la guitarra que impulsó su internalización. Pues bien, según contaba él mismo, el apodo de Sabicas procede de su pronunciación infantil de la palabra habas. Lo contaba así:

“De chiquito, aquí, en Madrid, mi mamá mandaba a la criada a la compra, y cuando venía yo metía la mano en la cesta y sacaba las habas y me las comía con cáscara y todo.
- Mi mamá me miraba: 'Pero, hijo mío, estás na más que con las habas. Te voy a poner habas, y habas, habas, habicas'.
- Y de las habas, la-s-habicas, me quedó Sabicas.”

            Así finalizamos esta primera aproximación a algunas anécdotas y curiosidades flamencas. Continuará…